miércoles, 25 de febrero de 2009

Demasiado ruido

Como podéis comprobar por la baja frecuencia de entradas, no siento demasiado interés por mi blog. Ni siquiera lo visito a menudo.
En un tiempo en el que todo el mundo opina sobre todo, yo prefiero callar. No es que no tenga nada que decir, ni que mi actitud sea de abulia o de resignación. No, nada de eso. Al contrario; creo que lo único que nos queda, como dice el poeta, es la palabra. Todo nuestro universo se basa, al fin y al cabo, en la palabra, en el lenguaje. Lo que significa que el lenguaje tiene, por una parte, un poder tremendo (el cuarto poder, la sociedad de la información) y, por otra, puede ser nada, estar vacío (parole, parole, parole... bla, bla, bla), es mero significante sin significado. Hace unos días he oído decir, citando a Ignacio Ramonet, que cuando lleguemos a la información total, será cuando estemos completamente desinformados. Y es cierto. El exceso de información produce embotamiento y parálisis. El exceso, por definición, es malo. Pero todo esto ya está dicho en infinidad de libros de lingüística, de psicoanálisis, de filosofía, y otras disciplinas.

Vivimos en un mundo globalizado y a la vez fragmentado hasta límites insoportables. Es la misma paradoja en todo; cuanto más, menos. Nunca hasta ahora nos hemos encontrado tan terriblemente sólos, tan espantosamente encerrados en nuestro propio individualismo. Es decir, siempre ha sido así, pero ahora lo hemos dejado al descubierto y vivimos las consecuencias. Nada tiene sentido. Fuera de nosotros no hay un sólo punto donde apoyarnos. No hay evidencia, no hay Realidad. Dentro de nosotros, un inmenso vacío en el que se amontonan deseos, pulsiones, sentimientos, ideas, temores, sin orden, sin conexión, sin control.
Cuanta más libertad, menos libres; cuanta más riqueza, más pobres. cuanta más información, más ignorantes. Seguir vosotros con la letanía.

Prefiero ocupar el sitio de observador imparcial de este caos que creo presenciar, el de mero receptor del griterio que creo escuchar. Según hacia donde dirija mis antenas de insecto, me siento con ánimo suficiente para creer en los movimientos sociales que denuncian sin parar la estafa universal a la que estmos sometidos, para creer que "otro mundo es posible", o me inclino por la retirada nihilista, la ocupación epícurea de cultivar el jardín o simplemente la ataraxia.

Hablando de jardines, uno en el que me gusta meterme el jardín virtual La melancolía de un ladrillo. Se trata de un jardín inglés, muy recargado, con muchos rincones para perderse y muchas flores raras. Y debe de tener alguna que otra propiedad narcótica, porque me hace pasar del pasmo al entusiasmo, del entusiasmo a la desesperanza, de la desesperanza al mosqueo, con un sólo clic. Y entre clic y clic se me va la tarde.

Y como ilustración todo lo que he dicho en lugar de quedarme en silencio, os dejo este video