martes, 23 de junio de 2009

Fin de curso

Se acerca el verano y este blog amenaza con quedarse atascado en Krishnamurti. Ahora que el curso académico se termina voy a subir otro vídeo del estilo del que subí casi al principio, con motivo del concierto de Kroke en Ceutí, en noviembre: música klezmer. Les Yeux Noirs (que no son los auténticos Yeux Noirs) van a poner la nota melancólica que corresponde a una despedida.



¿Despedida? Ya veremos

Empecé La cosa que da como un reto, ante mi incapacidad para mantener un blog. El que abrí antes de éste registró sólo dos entradas de un par de líneas en más de un año. Mi amiga Wilma quedó encantada al descubrirlo y comentó, muerta de risa, que, conociéndome, era el único blog posible que yo podía tener.

Una entrada de blog es como un mensaje largo que uno escribe, pero que no quiere enviar a nadie para no importunarlo. El que quiera saber de mí, aquí estoy. Puede ser útil para darme a conocer, por ejemplo, a los familiares que he reencontrado en Nájera y en Buenos Aires, sin tener que dar demasiados detalles de mi vida para que sepan cómo soy (basta con que entren a mi blog y lean las paridas que escribo.

Sí, ya sé que un blog puede ser tantas cosas como uno quiera. Pero todas con una buena carga de narcisismo y de vanidad, que vienen a ser la misma cosa. Por eso, ni una palabra de mis autores preferidos, mis comidas preferidas, mis aficiones preferidas (tengo tantas que podría destacar media docena), ni siquiera de mis banalidades preferidas. Nada de mostrar mis medianas habilidades haciendo máscaras, dibujillos y sudokus. Tampoco he usado el blog para una de las cosas que más me gustan: quejarme. Realmente las cosas que me gustan están en el blogroll o lista de blogs que sigo. Las entradas las he dejado sencillamente para ir en contra. Nihilismo, decrecimiento, basura mediática, Krishnamurti y la melancolía de la música klezmer. Todo está perdido. ¿Para qué escribir?
Estoy escribiendo esto con la única intención de tapar la entrada de Krishnamurti. Con esta entrada, clavada más de tres meses en la frente del blog parezco un adepto. Al menos para los que no conocen a K. y lo toman por otro gurú más.

Pensándolo bien, no se sabe que K. tuviera ningún amorío, ni femenino ni masculino, tampoco que le gustara beber, ni siquiera una cerveza bien fría de vez en cuando. Si todos los que lo escuchaban o leían, le hubieran hecho caso y hubieran terminado con todo --¡ya!-- con el tiempo, con la memoria, con el Yo, se habrían convertido en otros tantos krishnamurtis y se habrían ido a contemplar el maravilloso universo. A mi me parece imposible ser técnico de la Renfe y al mismo tiempo krishnamurti.

Quizá por eso dejó dicho que no quería una nueva religión. Porque sabía que con un Cristo, un Budha, un Jiddu Krishanamurti, dándonos la tabarra, ya estaba bien. K. se limita a demostrar que el pensamiento es un una trampa, un engaño. El pensamiento está entre nosotros y la Verdad (la Libertad, la Liberación, más allá de la muerte). Pero es precisamente este engaño, el deseo, la fe en un futuro, el creer que somos alguien, lo que constituye nuestra vida. García Calvo suele decir en sus conferencias cosas parecidas, pero al menos Agustín lleva unas patillas desaforadas. Y además es un experto en gramática, y en métrica griega, y un gran poeta. Y está casado con Isabel Escudero. Uno puede dejarse convencer por AGV, pues lo peor que te puede ocurrir es que te dé por hacer Filología Clásica o por vestir de forma extravagante.

Krishnamurti está mejor guardado en nuestra conciencia que exhibiéndose en un blog pobretón.