jueves, 16 de junio de 2011

19-J Homilia dominical (3)

III

El Poder económico se ha valido del pensamiento postmoderno que ha ido destilando a través de la propaganda, de la industria del ocio, del espectáculo y de todas las formas de cultura de masas para modelar una clase social adormecida y entretenida por toda clase de fantasías y ensoñaciones, como el cuidado obsesivo del cuerpo o de la propia imagen aparentada y enloquecida por el éxito fácil, la fama y la satisfacción de todos los deseos. No es de extrañar que una sociedad infantilizada, caprichosa y egoísta, entregada al consumo compulsivo mediante una publicidad que inunda hasta el último rincón de la vida cotidiana, no dude en identificarse con todo lo que signifique éxito sin pararse a pensar en los medios utilizados para alcanzarlo, en su validez moral o en la mera apariencia e inmediatez del mismo.

El resultado ha sido la metamorfosis de la ciudadanía en una masa de consumidores y del sufragio universal en la universalidad del consumo. Todavía no lo sabemos,pero esta sociedad se sostiene no con el voto, sino con el consumo. ¿Por qué insisten tanto nuestros políticos en que es tan importante ir a votar? Porque, si no fuera nadie, no pasaría nada, todo seguiría funcionando y se descubriría el engaño. Un Estado convertido en un Trust o una Corporation (con sus propias marcas España, La Roja, las Procesiones o los Toros), unos servidores públicos que son agentes de Bolsa corruptos y un pueblo soberano sustituido por una masa de zombis consumistas y sin soberanía, que aplauden la corrupción porque han vendido los valores democráticos por un crucero por el Caribe, un cuatro por cuatro o una operación de cirugía estética.

El asalto al Estado está a punto de concluir o quizá ya ha concluido y no lo sabemos, porque esa noticia no se publicará en los medios del Capital. Los periódicos y la tele se dedican a desprestigiar los servicios públicos presentándolos como organismos incompetentes y despilfarradores; a dar una imagen de la política como el arte de la corrupción y la desvergüenza, a presentar a los sindicatos como un atajo de ganapanes y de traidores, y, en fin, al pueblo como un niño malcriado e irresponsable que vive por encima de sus posibilidades y sólo quiere cobrar el paro y hacer botellón.

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