miércoles, 24 de marzo de 2010

Olvidado de todo, olvidado de mí



Siguiendo los consejos de mi joven amigo Mameluco, estoy a régimen desde hace algunos meses en cuanto al seguimiento obsesivo y compulsivo de los
media. No he conseguido sentirme más despreocupado, pero sí he podido dedicar más tiempo a otras actividades, si no más sustanciales (no hay nada sustancial; todo es accidental, aleatorio y cambiante) al menos sí más relajantes y satisfactorias. A decir verdad, un cúmulo de casualidades bien conjuradas me han ayudado, más que los consejos del sabio Mameluco, a perder gran parte del falso interés por la aberrante y disparatada actualidad política económica y social.





La culpa de que tenga olvidados los blogs que solía mirar y que se amontonen los mensajes en la bandeja de entrada la tiene sin lugar a dudas Glenn Gould. No se trata de un descubrimiento; conozco a este pianista desde hace bastantes años. Sus Variaciones Goldberg de Bach las he disfrutado muchísimas veces. También lo he visto actuar en una grabación de vídeo interpretando el Concierto para piano y orquesta No. 5 Emperador de Beethoven. Verlo moverse delante del piano y canturrear constantemente es algo que no se olvida. Nunca hasta ahora, sin embargo, había tomado conciencia de su irresistible perfección y sobre todo de la distancia que lo separa de los demás intérpretes. Lo escucho a todas horas. Ahora mismo precisamente me acompaña con los meláncólicos Intermezzos de Brahms, que oigo como si acabara de descubrir que existe la música, el piano, un tal Glenn Gould o el mismo Brahms. El reencuentro con otros dos viejos conocidos, Lev Oborin y David Oïstrach, solo es comparable al reencuentro con un amigo de la infancia al que creías perdido en el espacio-tiempo de la vida. Y como una cosa lleva a la otra, van apareciendo con nueva luz, nombres de obras y autores a cual más rutilante, más sonoro y con ese brillo que sólo tienen las cosas descubiertas en la juventud.

En este lamentable estado de regresión, oigo hablar, por segunda vez, de Antonio Martínez Sarrión, o más exactamente, un compañero muy admirador suyo me trae el primer tomo de sus memorias, con el pretexto de que el autor es paisano mío.



Lectura apasionante que me arrastra a un momento en el que no hay ni gmail, ni bogs, ni glenngoulds ni sonatas ni Beethoven; sólo calles frías y tristes arriba y abajo con las manos en el fondo de los bolsillos del abrigo sin otra cosa mejor que hacer.Yo tuve la suerte de llegar tarde, once años para ser exactos, a ese Albacete de posguerra más miserable sórdido y levítico que el autor conoció. Pero sí compartí con él lugares, personajes y hasta algún profesor en el mismo Instituto de Enseñanza Media. Revivo sensaciones, sentimientos y el mismo sabor a moho pegado al paladar, los mismos días plomizos, anodinos, desangelados de entonces. Son tardes inmerso en la lectura, fascinado por el cortejo de imágenes y recuerdos editados bajo el sello del nacionalcatolicismo. Infancia y corrupciones deja de ser una pieza de literatura memorialista, para convertirse en un licor tibio y venenoso que me voy inyectando en vena, hora tras hora, a grandes dosis.

Otro amigo, el del espacio-tiempo, que ha soportado mis comentarios hiperbólicos sobre Glenn Gould, como quien oye decir a alguien que acaba de regresar de Estados Unidos "Oye, no sabía que Nueva York fuera tan grande", me envía El malogrado de Thomas Bernhard ¡otro que consideraba a Glenn un monstruo irrepetible! Sin embargo, a estas alturas sólo dependo del suero agridulce de los recuerdos con el que Martínez Sarrión, a pesar de la vacuna de tantas lecturas, me va contagiando su pasión por los libros, por la música de todo tipo y hasta por el cine; aunque de esto último no me he llegado a recuperar nunca desde que frecuenté los mismo cines cutres que él.

No acaban aquí las casualidades, pues, hace unos dos meses, a raíz de tropezarme quizá en la radio con el viejo tema In the mood for love, había empezado a buscar canciones o baladas clásicas básicamente norteamericanas de los '40 y '50 que yo había oído en la radio o en el cine, también como Martinez Sarrión. Quien haya leído su Jazz y dias de lluvia sabrá que es una mina donde extraer, voces, temas, ilustraciones (citadas) noticias, en fin, la cultura que a cuentagotas nos llegaba desde el otro lado del Atlantico durante el franquismo.

Quizá ya no pueda seguir hablando de coincidencias, sino de la tremenda suerte que culmina mi indagación primera al dar con las puertas del Edén, el blog donde se reunen las grandes voces y sus viejos temas, clasificados por estilos, color, instrumentación y, faltaría más, por orden alfabético. El caso es que entre las consultas al subrayado mío en Jazz y días de lluvía del, las descargas de de savia melífica, como diría el mismo Sarrión, hasta mi reproductor y la audición posterior ya completamente enajenado y de vuelta a mis twenti años, se me pasa la vida.

No sé si el haberme decidido a escribir esto y subirlo al blog se puede interpretar como es un signo de recuperación o todo lo contrario. Se trata, en todo caso, de una fiebre pasajera, una forma sublimada del brote primaveral; quizá no sea más un síntoma frecuente de prejubilación. O la vuelta a la anormalidad. No hay por qué alarmarse.