miércoles, 13 de octubre de 2010

Pasen y miren.

A mí me parece que el lenguaje surgió por una necesidad de mentir. Cuando el antropoide comienza a tener idea de sí mismo, es decir a sentirse “separado” de lo Otro y, más adelante de los Otros, surge ante él una realidad espantosa que necesita ocultar. La palabra será el instrumento que transforme ese abismo insoportable en un mundo ordenado mediante símbolos, en una representación con significado, en un velo mental, pues la palabra es pensamiento, que lo envuelve y oculta Todo. Esto tiene que ver menos con el samsara búdico, que con el “dime de qué presumes y te diré de qué careces” lacaniano*. Cuanto más luminoso, brillante y colorido es el velo, más horror y más negrura esconde; cuanto más presumes, menos tienes, cuanto más palabras, más mentiras. Todo hay que leerlo al revés, como las brujas.

Un ejemplo lo tenemos en el montón de palabras que se han usado para contar en los medios el accidente en una mina de Chile y el rescate de los mineros atrapados. Qué derroche de información! Se nos daban hasta los detalles más nimios sobre todo el acontecimiento. ¿Para qué? Para ocultar. Para ocultar otra infinidad de detalles terribles que ilustran las condiciones de trabajo de esos mineros, de sus familias y, generalizando, de los trabajadores chilenos, americanos o de cualquier rincón del mundo. El recién elegido presidente, uno de los pocos hombres riquísimos del planeta, ha aprovechado la ocasión para hacer su agosto político y su tremenda alegría (inexplicable) ha salido en todos y cada uno de los reportes (que dicen allá) que se han realizado.

¿Por qué ha estado a punto de ocurrir una desgracia tremenda? Ocultemos las condiciones de trabajo, ocultemos que los dueños tenían un largo historial delictivo-laboral, ocultemos que una persona pueda ser dueña de una mina, etc. Hablemos, hablemos sin parar y desviemos la atención. No voy a escribir otro artículo más sobre el asunto. No puedo evitar que me suba la indignación por las tripas cuando veo y oigo a los enviados especiales. Eso es todo. ¡Qué bien hacen su trabajo los periodistas! ¿Se darán cuenta o serán como los maestros que tampoco saben que menos educar hacen cualquier cosa? Claro, habrá de todo. Supongo que algunos serán tan buenos profesionales que nos facilitarán el descifrado de la noticia acentuando y subrayando los enunciados más relevantes.

¡Qué asco!

Claro que nosotros no tenemos la culpa. Fue Dios quien nos mandó ponerle nombre a todo y dominar el mundo, incluidos nuestros prójimos. Dios es el culpable siempre y cuando ocultemos que esa palabra, Dios, también es de nuestra cosecha. Una de las más efectivas en la tarea de permanecer sordos y ciegos ante eso que no sabemos bien qué es y que le hemos puesto el nombre de Realidad



* Estructura de la palabra según Lacan: "-el emisor/sujeto recibe del receptor/Otro
su propio mensaje en forma invertida-, es en esa inversión que surge la verdad del
sujeto.

lunes, 20 de septiembre de 2010

Jubilado. Pero sólo por la mañana.


Se acabó la cuenta atrás de la jubilación. Ya está. Ya estoy jubilado. Pero no noto nada especial. Es decir, algo sí, pero sólo por las mañanas, en horario escolar.

Se acabó también The Wire (última temporada, último capítulo). Me he quedado con un sentimiento profundo de melancolía, pura tristeza, por esos personajes que, vivos o muertos, se han ido para siempre, y porque el último capítulo, sobre todo los últimos treinta minutos, es una obra maestra de final. Al contrario que este blog, que ni acaba, ni deja nunca de acabar. Una y otra vez resucita de entre las sombras, sin recobrar nunca la salud. Es normal que así sea, si tengo en cuenta mi natural inconstancia y volubilidad que me lleva de aquí para allá, del blog a la lectura o el cine, y de aquí a la agricultura deportiva, la caligrafía china o la simple ensoñación.
Higuera de pocas brevas llamó con mucho acierto a esta Cosa Thorton, el del club. Ya me conformaría conque así fuera y conque, al menos alguno de estos escasos frutos, se asemejara, aunque de lejos, en sabor y dulzura a los que producía la higuera invernal de Le garçon des figues, el segundo cuento de "Princes et Princesses" de Michel Ocelot, que os he colgado abajo.

Se intentará.




Después de estar escuchando durante todo el mes de agosto las excelencias literarias del Sueño del Pabellón Rojo de Cao Xuequin, me ha sido imposible no sucumbir a esta provocación "subliminal"... Ya voy por el capítulo XXII. Efectivamente no se trata de una obra entre tantas. He tenido, al leerla, la misma percepción de grandeza y profundidad que tuve con Moby Dick, o con el Ulises de Joyce, y el mismo placer lector que me produjo La Montaña mágica. Es de lo mejor que he leído en los últimos cincuenta años. El caso es que ha sido una suerte encontrármelo, porque a estas alturas ya no leo ninguna cumbre que esté por debajo de los diez mil.

Otro asunto que me tiene bastante absorbido es el viaje alrededor del mundo de mi querida amiga Wilma. O el viaje "a través de los mil mundos".
Wilma ha estado ahorrando y preparando este viaje durante años y ahora, en su año sabático lo está llevando a cabo. Yo, que no entiendo muy bien para qué viaja la gente, estoy disfrutando muchísimo de las crónicas que va colgando en su blog La casa KaraKool. Son relatos directos, frescos, muy naturales, aunque todos sabemos que la naturalidad es lo más difícil de conseguir en cualquier clase de expresión. La verdad es que me tiene asombrado ese deseo casi imperativo de presenciarlo todo. Sin embargo, Wilma no necesita viajar, ni viaja con ningún fin ajeno al propio viaje. Creo que Wilma viaja no por deseo, sino por fe. Y con la fe, ya se sabe, o se tiene o no se tiene. Wilma tiene una fe en la vida a prueba de kilómetros. Por eso viaja.

Os he dajado ya el enlace a su blog y aquí, en este
sitio donde podéis ver, sobre el mapamundi (Wilmamundi) o sobre los mapas de distintos países el recorrido que está haciendo.

Que lo disfrutéis


martes, 20 de abril de 2010

Oración reflexiva

Musicación de la entrada.




Son las dos y cuarto. Escucho música en el CD del coche mientras vuelvo a casa. Delante de mí, un mercedes gris metalizado con matrícula 7643-FGB. Son mis iniciales. El 7 y el 3 tienen que ver con la fecha de mi nacimiento ¿y el 64? ¡Horror! ¡La edad de mi muerte! ¡Se trata de una señal! Intento tranquilizarme pensando que soy una persona instruida y que no creo en esas tonterías. Es decir, creo que no creo. Parece mentira cómo esas tonterías, es decir, el descubrimiento de la Cosa, la primera religión desarrollada por y para los humanos, está tan arraigada en nuestros huesos, casi formando parte de nuestros cromosomas, que cuesta escapar a ella con un simple acto de fe agnóstica. Quizá no sea la edad de mi muerte, sino sólo la fecha: moriré un cuatro de junio o un seis de abril. Sí. Éste mensaje es más soportable. Porque del año no dice nada. El miedo me hace un guiño desde lo más profundo de mi ánimo.


Estas aprensiones son consecuencia de mi situación laboral. Ya he pasado mi último inicio de curso, mis últimas vacaciones de verano, de Navidad y de Semana Santa. Ya no habrá más vacaciones para mí. Pienso en mi vida como en una espiral de cursos cada año más interminable que ha dejado de orbitar y se dirige en línea recta hasta el espacio infinito. Algo así.


Todavía me quedan un claustro, tal vez dos, y la evaluación final. La ¡¡evaluación FINAL!! No hay duda de que tengo el síndrome jubilar; mi caso es de libro. Supongo que estos sobresaltos se acabarán a finales de junio, exactamente dentro de 69 días. Sin embargo, me he propuesto disfrutar de todo lo bueno y, sobre todo, de todo lo malo que me depare este periodo final. Así que voy a paladear estas aprensiones sobre el tiempo y las edades del hombre. A decir verdad no le tengo miedo a esta Última Evaluación, así, sin setiembres que valgan. Lo que me inquieta es que no tengo los criterios de evaluación. Tengo entendido que estos criterios de evaluación son como los objetivos, pero enunciados en otro tiempo verbal y en tercera persona. Esto no es un problema para cualquier enseñante que haya pasado las oposiciones en los últimos veinte años, pero yo ingresé en un Cuerpo sin objetivos. Es decir, que yo ingresé en mi cuerpo mortal sin-ob-je-ti-vos. Y sin vocación. Cuando esos maestros venidos a más, los pedagogos, se inventaron el galimatías logse, para convertir lo que era un arte en una ciencia y, más tarde, los economistas venidos a menos, los políticos, convirtieron lo que era un servicio público en un negocio, yo me llevé una tremenda decepción. Otra más. La primera, como ya os imaginaréis, me la llevé siendo muy pequeño, cuando me enteré de que, al final, sin lugar a dudas, uno se muere. A partir de aquella certeza todo dejó de ser cierto. La Vida siguió siendo hermosa, aun más si cabe, pero la vida perdió toda su gracia. ¿Para qué ser el primero de la clase o el más borde del barrio? ¿Para qué coleccionar sellos de correos o números del TBO, por ejemplo? ¿Qué objetivo tenía marcarse objetivos? A partir de aquí os podéis imaginar el resto. O sea, mi vida. A lo largo de ella he tenido muchos desengaños, uno tras otros. Incluso se podría decir que mi vida ha sido un desengaño continuo. Si la recordara, claro, porque la memoria nunca ha sido mi fuerte. Por ejemplo: cada año hay que hacer una Memoria Final del curso. Yo suelo copiar siempre la del año anterior. Sin embargo, no he visto que hayan cambiado desde hace más de treinta años las cosas en la enseñanza. A no ser que antes mis compañeros eran demasiado mayores y ahora son demasiado jóvenes. Pero es es natural. ¿Para qué vale la memoria? Para ser el primero de la clase, supongo. Pero ¿para qué más? Llevamos miles de años escribiendo memorias y ¿de qué nos ha servido? ¿De qué me va servir recordar mi vida? Además siempre hay un Martínez Sarrión que la recuerde por ti. ¿Lo veis? Por otra parte, nada me haría tan feliz, si se me ha a evaluar finalmente, como que al lado de mi nombre se escribiera "sin calificar".

Todo esto me lo he dicho a mí mismo (oración reflexiva) a modo de distracción mientras volvía en coche del trabajo a casa, porque la música que sonaba no era suficiente para quitarme de la cabeza la maldita matrícula del mercedes que he traído delante de mí hasta casi llegar a Murcia.


Dice mi compañero S. que en la sonatas lo que importa es el aria, el primer movimiento; lo demás es ganas de marear la perdiz. No le falta razón. Por eso he subido sólo las arias de las sonatas de piano 7 y 8 de Mozart que han servido de fondo musical a mi fantaseo.

miércoles, 24 de marzo de 2010

Olvidado de todo, olvidado de mí



Siguiendo los consejos de mi joven amigo Mameluco, estoy a régimen desde hace algunos meses en cuanto al seguimiento obsesivo y compulsivo de los
media. No he conseguido sentirme más despreocupado, pero sí he podido dedicar más tiempo a otras actividades, si no más sustanciales (no hay nada sustancial; todo es accidental, aleatorio y cambiante) al menos sí más relajantes y satisfactorias. A decir verdad, un cúmulo de casualidades bien conjuradas me han ayudado, más que los consejos del sabio Mameluco, a perder gran parte del falso interés por la aberrante y disparatada actualidad política económica y social.





La culpa de que tenga olvidados los blogs que solía mirar y que se amontonen los mensajes en la bandeja de entrada la tiene sin lugar a dudas Glenn Gould. No se trata de un descubrimiento; conozco a este pianista desde hace bastantes años. Sus Variaciones Goldberg de Bach las he disfrutado muchísimas veces. También lo he visto actuar en una grabación de vídeo interpretando el Concierto para piano y orquesta No. 5 Emperador de Beethoven. Verlo moverse delante del piano y canturrear constantemente es algo que no se olvida. Nunca hasta ahora, sin embargo, había tomado conciencia de su irresistible perfección y sobre todo de la distancia que lo separa de los demás intérpretes. Lo escucho a todas horas. Ahora mismo precisamente me acompaña con los meláncólicos Intermezzos de Brahms, que oigo como si acabara de descubrir que existe la música, el piano, un tal Glenn Gould o el mismo Brahms. El reencuentro con otros dos viejos conocidos, Lev Oborin y David Oïstrach, solo es comparable al reencuentro con un amigo de la infancia al que creías perdido en el espacio-tiempo de la vida. Y como una cosa lleva a la otra, van apareciendo con nueva luz, nombres de obras y autores a cual más rutilante, más sonoro y con ese brillo que sólo tienen las cosas descubiertas en la juventud.

En este lamentable estado de regresión, oigo hablar, por segunda vez, de Antonio Martínez Sarrión, o más exactamente, un compañero muy admirador suyo me trae el primer tomo de sus memorias, con el pretexto de que el autor es paisano mío.



Lectura apasionante que me arrastra a un momento en el que no hay ni gmail, ni bogs, ni glenngoulds ni sonatas ni Beethoven; sólo calles frías y tristes arriba y abajo con las manos en el fondo de los bolsillos del abrigo sin otra cosa mejor que hacer.Yo tuve la suerte de llegar tarde, once años para ser exactos, a ese Albacete de posguerra más miserable sórdido y levítico que el autor conoció. Pero sí compartí con él lugares, personajes y hasta algún profesor en el mismo Instituto de Enseñanza Media. Revivo sensaciones, sentimientos y el mismo sabor a moho pegado al paladar, los mismos días plomizos, anodinos, desangelados de entonces. Son tardes inmerso en la lectura, fascinado por el cortejo de imágenes y recuerdos editados bajo el sello del nacionalcatolicismo. Infancia y corrupciones deja de ser una pieza de literatura memorialista, para convertirse en un licor tibio y venenoso que me voy inyectando en vena, hora tras hora, a grandes dosis.

Otro amigo, el del espacio-tiempo, que ha soportado mis comentarios hiperbólicos sobre Glenn Gould, como quien oye decir a alguien que acaba de regresar de Estados Unidos "Oye, no sabía que Nueva York fuera tan grande", me envía El malogrado de Thomas Bernhard ¡otro que consideraba a Glenn un monstruo irrepetible! Sin embargo, a estas alturas sólo dependo del suero agridulce de los recuerdos con el que Martínez Sarrión, a pesar de la vacuna de tantas lecturas, me va contagiando su pasión por los libros, por la música de todo tipo y hasta por el cine; aunque de esto último no me he llegado a recuperar nunca desde que frecuenté los mismo cines cutres que él.

No acaban aquí las casualidades, pues, hace unos dos meses, a raíz de tropezarme quizá en la radio con el viejo tema In the mood for love, había empezado a buscar canciones o baladas clásicas básicamente norteamericanas de los '40 y '50 que yo había oído en la radio o en el cine, también como Martinez Sarrión. Quien haya leído su Jazz y dias de lluvia sabrá que es una mina donde extraer, voces, temas, ilustraciones (citadas) noticias, en fin, la cultura que a cuentagotas nos llegaba desde el otro lado del Atlantico durante el franquismo.

Quizá ya no pueda seguir hablando de coincidencias, sino de la tremenda suerte que culmina mi indagación primera al dar con las puertas del Edén, el blog donde se reunen las grandes voces y sus viejos temas, clasificados por estilos, color, instrumentación y, faltaría más, por orden alfabético. El caso es que entre las consultas al subrayado mío en Jazz y días de lluvía del, las descargas de de savia melífica, como diría el mismo Sarrión, hasta mi reproductor y la audición posterior ya completamente enajenado y de vuelta a mis twenti años, se me pasa la vida.

No sé si el haberme decidido a escribir esto y subirlo al blog se puede interpretar como es un signo de recuperación o todo lo contrario. Se trata, en todo caso, de una fiebre pasajera, una forma sublimada del brote primaveral; quizá no sea más un síntoma frecuente de prejubilación. O la vuelta a la anormalidad. No hay por qué alarmarse.

lunes, 22 de febrero de 2010

Lo que hay que ver

Había escrito una chorrada, a propósito de un vídeo chorra suministrado por una compañera, y la había quitado en cuanto recuperé los niveles mínimos de sensatez en sangre. Ahora providencialmente esa misma compañera me envía este vídeo, igual de sospechoso que el otro, pero más gratificante de ver y leer.





 Este vídeo fue cancelado por Youtube. Lo podéis encontrar como George Carlin - El sueño americano

martes, 9 de febrero de 2010

Lasciate qu'io pianga


Desde la aparición del lenguaje articulado éste ha cumplido una función aparentemente paradójica: la de ocultar la verdad. Parece que en esto la imagen va por detrás, al estar, por decirlo así, más apegada a su referente. Sin embargo, la imagen tampoco es inocente, como todos sabemos.
Todavía se hacen películas en las que el uso de la palabra hablada es mínimo y algunos ejemplos ya míticos del cine mudo siguen ocupando los puestos más destacados del
ranking fílmico universal. Casi siempre, la renuncia al discurso sonoro tiene una pretensión de autenticidad, de verdad. Así, esos minidocumentos que ofrece la CNN bajo la etiqueta de “Sonido ambiente”. Intentan ser el reflejo fiel de la Realidad, sin manipulaciones. Así también, el magnífico documental Unser täglich Brot (El pan nuestro de cada día) de Nikolaus Geyrhalter. Más allá de la manipulación ideológica que supone la elección y secuenciación de las imágenes, se trata de un ejercicio muy saludable dejar que las imágenes hablen por sí solas sin otros discursos superpuestos. El cine tiene su propio lenguaje, pero aquí ni siquiera es cine. O, mejor dicho, lo es según los principios Dziga Vertov y su Kino Glaz
Es cierto que la palabra, a veces, puede ocultar o adulterar el verdadero significado de las cosas. Pero, teniendo en cuenta que estamos atrapados en una red de símbolos de la que nada ni nadie nos puede librar, y que las cosas mismas son a su vez meras representaciones de algo que escapa a nuestro conocimiento, esta bien desnudarlas al máximo de cualquier atisbo de subjetividad. Quizá por eso el documental
(Cine-Ojo)Unser täglich Brot, en un intento de mostrarnos una parte de la realidad tal y como es. Incluso el montaje también se rige por principios objetivos. El resultado es un pasen, vean y juzguen ustedes mismos; como ya digo, muy saludable.

¿Qué pasaría si sometiéramos algunas películas, documentales, programas de televisión, telediarios, etc., a una cura de sonido? Podría ser que no comprendiéramos nada, pero también podría ocurrir que apareciera ante nuestra vista, como un fantasma, el verdadero sentido, la verdad oculta, el significado secreto, la realidad de las cosas. Algo así me ocurrió a mí en un reciente viaje en tren a Madrid.
Durante el trayecto pasaron un documental por la tele. Yo ya había decidido antes leer un libro y escuchar música clásica por una de las cadenas de radio que Renfe ofrece a los viajeros. Sin embargo era inevitable que, de vez en cuando, echara un vistazo al monitor que tenía frente a mí. Entre las primeras imágenes que llamaron mi atención, la de un niño de unos diez años con el vientre hinchado por el hambre y las piernas cubiertas de pústulas. Caminaba con dificultad. La imagen me impactó tremendamente. Pensé que sería uno de esos tantos documentales que nos muestran la miseria extrema de algunos lugares del llamado Tercer Mundo, preferentemente de algún país africano y cuyo mensaje subliminal es
Usted está en el sitio adecuado, bajo el sistema económico correcto. No pude seguir leyendo. En las siguientes imágenes se mostraban una especie de bancos de semillas (¿transgénicas?) y una extraños de criaderos-laboratorio de larvas o de gusanos. No entendía a dónde se quería ir a parar hasta que vi un bocata en el que se habían sustituido el típico jamón o queso por una buena ración de estas larvas. Se trataba entonces del viejo recurso de la ciencia luchando contra el hambre y la pobreza, que ahora ha sido retomado por nuestra ministra Garmendia.
O, lo que es lo mismo, de ocultar, hoy más que nunca, el verdadero origen de la pobreza. Guardé el libro que aún tenía entre las manos, saqué mi blog de bolsillo, uno que tengo de papel con tapas de cartón muy vistosas y comencé a tomar notas, mientras seguía escuchando música de Händel, creo, y Scarlatti.
Las siguientes imágenes mostraban todas las armas con tecnología punta que se estaban preparando para erradicar la hambruna: granjas de canguros, de avestruces y de caimanes. Se mostraba también como despiezar y filetear un pequeño saurio de un metro y medio de largo previamente sacrificado. Podría haber sido también la autopsia de un reptil, realizada por una zoóloga con gorro y guantes de plástico. Menos mal que toda aquella carne y gusanos eran para gente que estaba en condiciones de no poder hacerles ascos. No faltaban las piscifactorías donde se criaban toda clase de peces, crustáceos, moluscos y algas, montañas de algas, sin faltar las tradicionales almadrabas con sus atunes.

La sorpresa, para mí, privado del audio, llegó al final. Después de entretenerse un poco mostrando unas cocinas-laboratorio donde unos cocineros (vestidos de físicos nucleares) trajinaban con woks y sartenes, se ofrecía por fin el resultado de tanto esfuerzo inversor, empresarial ¡y científico!: un plato de carne de alguno de aquellos pobres bichos con su guarnición de algas. Sin duda de un plato exótico, pues unos palillos orientales tomaban un bocado y lo dirigían hacia la cámara, es decir, a las fauces del espectador, dispuesto a tragárselo todo.

Terminaré esta entrada con un sarcasmo, imitación un chiste que cuenta Passolini en Salò.
-¿Y el niño de la barriga hinchada?
-Muy bien, gracias.

Como no escuché el texto que acompañaba aquellas imágenes, me quedé sin saber qué pintaban aquellas primeras imágenes de la miseria haciendo presa en el frágil cuerpo de un niño africano.

Mi explicación
imaginaria es que se trataba de un cruel pretexto.

La próxima vez que viaje en tren haré un experimento todavía mejor: me taparé los ojos con una tupida venda negra.


Enlaces relacionados:
¿Cómo nos alimentamos?

miércoles, 20 de enero de 2010

Copenhugo

A Mobesse le gusta el video



Primera parte




Y segunda parte




Lo podéis ver también (de allí lo he sacado) en La melancolía de un ladrillo, gracias a Javier de la Ribiera.